En un curso marcado por la irregularidad en su juego, Mata no esquiva la crítica y su ambición le hace moverse por el césped pidiendo el balón.
Existen futbolistas que juegan al límite del error, pues al fin y al cabo cada regate tiene algo de apuesta: el que gana se lleva el balón y cada pase de gol se convierte para algunos en una odisea tratando de atravesar fronteras vigiladísimas cuyo margen de maniobra es de escasos centímetros. Esos jugadores no disfrutan de la paciencia de nadie, llámense entrenadores, aficionados o periodistas; son medidos en cada balón que tocan y el veredicto es instantáneo: bien o mal, éxito o fracaso. Viven eternamente discutidos o idolatrados. Por todo ello, el aficionado ama y odia al regateador. Contiene el aliento a la espera de la resolución final y, cuando comprueba que el balón está perdido y la esperanza también, pasa de cómplice a censor. Esa figura dentro del campo tuvo, en los últimos años, dos claros ejemplos sobre el césped de Mestalla: Pablo Aimar y David Silva. Con el primero nos equivocamos desde su llegada. Elogiándolo, adulándolo, lo ascendimos a los cielos cuando por aquí abajo, entre la gente corriente, empezaba a caminar con paso distinto. Es cierto que con él se ganaron títulos pero siempre nos quedó la sensación de estar ante un futbolista magnificado por el estruendoso entorno y la iluminación de los focos, pues nadie, salvo los románticos, terminó por jurarle amor eterno. Se marchó y los abrazos se quedaron en grandes dosis de cariño sin nostalgia. Mientras salía por la puerta alguien venía con ganas de tirarla abajo y su evolución futbolística nos trajo a un canario más talentoso y mejor adaptado a las nuevas exigencias del fútbol. Además del poder de la inventiva (reservada en exclusiva para unos pocos privilegiados), Silva aportó dinamismo y kilometraje a un proyecto en construcción que debía girar en torno a su figura. Genial y brillante, la crisis financiera nos lo arrebató y el llanto de la grada fue menor del esperado, seguramente por su excesiva timidez. Sólo con Chaplin hizo negocio el cine mudo.
Asesino ´cara de niño´
El siguiente paso en la búsqueda por encontrar un icono talentoso fue Juan Mata e intuyo que, a diferencia de los genios citados con anterioridad, el asturiano no nos conquistó desde su llegada, algo que jugó en su favor. Nos dijeron que tenía 19 años, todavía no había debutado en Primera y se abrazaba a los libros estudiando en la Universidad. Seguimos indagando. Salía rebotado del Real Madrid y desde los 14 años vivía lejos de su familia. Faltaban datos. Su fragilidad en el rostro y su educación en la palabra nos hizo sospechar: hay futbolista. Fue entonces cuando nos dijeron que era zurdo, algo que, al igual que sucede con los besos, sirve para despertar a las princesas. La confirmación estaba cerca. En sus primeros detalles, la desconfianza se apoderó de nosotros: se trataba del asesino con cara de niño. En su primera temporada explotó confirmándose como el presente con más futuro de los últimos tiempos en la casa valencianista. Cabalgaba por la banda, se divertía regateando, asistía generoso a sus compañeros y no tenía piedad con el guardameta contrario: gol.
Generoso como pocos
A diferencia de la mayoría de los genios, rebeldes sin causa que se sienten permanentemente cuestionados por el mundo, Juan Mata se presenta disciplinado dentro y fuera del campo. No abusa del regate, mide la pausa, el cambio de ritmo y sus cuerdas vocales sólo se tensan cuando marca, pues esa siempre fue la única excusa que encontró para gritar. Generoso como pocos, aporta los valores necesarios para edificar un equipo o un rascacielos sobre sus hombros. Será por eso que nos entra el vértigo cuando escuchamos los cantos de una posible venta: hay pocos como él. Su fútbol ha reeducado el regate de los talentosos para consuelo de la grada, y a diferencia de sus antecesores, su salida de la entidad no pasaría indiferente para nadie, pues la sonrisa del asesino con cara de niño hizo sucumbir a sus encantos hasta a las madres valencianistas que lo eligieron como yerno. En una temporada marcada por la irregularidad en su juego, Mata no esquiva la crítica y su ambición le hace moverse desbocado por el césped buscando un hueco, exigiendo protagonismo y pidiendo cuero. Porque cuando la luz parece que se apaga, siempre queda un camino: balones al 10…
http://www.superdeporte.es/colaboradores/2011/04/15/apaga-luz-balones-10/121962.html
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